
Cuando en una fiesta de fin de año o en un outdoor corporativo el director general de la compañía pronuncia grandes discursos con bellas frases tales como “estamos todos en el mismo barco” o “vamos por más” es verdad que despierta entusiasmo y motivación. Pero esas mismas palabras dichas una semana más tarde por un gerente o jefe de área sólo producen desidia y miradas suspicaces. ¿Por qué? Porque el director general se dirige a las masas en un contexto masivo donde todos aceptan ser parte de la masa, pero en lo cotidiano nadie quiere ser uno más del montón sino que se lo reconozca como individuo único

El liderazgo funciona como sustituto de la figura de los padres. Cuando se pregunta a diferentes personas quienes fueron los líderes que los influenciaron en su vida, lo que más aparece son los padres. Luego, otros familiares, un maestro, un entrenador deportivo, un amigo, un jefe, un líder religioso o social. Seguramente todos estos líderes tenían, a su vez, sus propios referentes. Cuando nos ponemos a pensar en la gente que dirigimos, nos damos cuenta que lo que nos demandan frecuentemente, de manera encubierta, es que hagamos las veces de mamá y papá: contención, guía, escucha, firmeza, claridad, valores, ayuda. Algunos hasta se largan a llorar delante de nosotros. Como líderes, debemos por momentos dejar de mirar a nuestros propios líderes, y

Se dice que cada persona es un mundo. Los modelos conceptuales son útiles y pueden proveernos de una base práctica para entender y ayudar a nuestros colaboradores. Pero para ser un verdadero líder, hace falta ir un poco más allá e incluir una cuota de “sí mismo”. Se requiere ser permanentemente perceptivo, y jugarse en cada acción. En eso radica el estilo y autenticidad de cada líder y, por ende, su eficacia.